1 de junio de 2023

Hoja Negra

Poesía para la nuevas generaciones

Tres poemas de Christian David Mutis Giraldo

3 min de lectura

Ministros negros

Se han reunido

como suelen

los ministros negros

sobre el polvo

olisqueando podredumbres

complacidos

retorciendo

su lengua mamba negra

y sacudiendo su fósil pico

Yo paso y sigo de largo…

Todavía no me detienen

y ni haría falta

pues cuando mi instante llegue

los esperaré

servido en el asfalto


Epopeya a Elian

Se enciende

en mi habitación de adulto remiso

una lámpara de estrellas.

¿Quién la encendió? Un niño

Naturalmente no soy ya yo…

Pues yo

estoy tirado

recién despertando

de mi pesadilla.

No, el niño

no soy yo pero tiene que ver

conmigo

y no sólo lo vincula

a mí

la sangre

sino que su inclinación

al sueño

que con astros de mentiras juega,

lo emparenta conmigo

más allá de cualquier RH.

Vi estrellas

y no me estaba quedando dormido

sino despierto –curioso ¿no?–

Vi una mano inmensa y pequeña

divirtiéndose 

con los planetas

cual bolas de malabares,

la vi señalando las estrellas

sin darse cuenta

destinando a malhadados

a un destino, componiendo

sus caminos

a la luz de grupales estrellas…

Extinguiendo y creando

jupiteres y plutones

con el capricho ensoñado

de un pueril

demiurgo.

Y fueron esas estrellas

planetas galaxias

meteoritos y asteroides

con sus nebulosas

que son nieblas coloridas

o confusiones de arcoíris,

las que de un extraño modo

me rescataron

de mi oscura nebulosa

sin color.

Era

Elian a través de las estrellas

Era

Elian el que danza entre estrellas

Era

Elian,

mi hermanito Elian,

brillando frente a mí como una estrella.

Era yo

añorando brillar así

Era yo

viendo a un niño en mi habitación

jugando con mi regalo de

coloridos luceros,

absorto,

mejor que yo…

Era yo,

absorto

pero sin jugar,

moviendo mis manotas

según sus manitas

con alejada gracia y tonta sonrisa.


Nostalgia del arte dramático

No se trataba de ser el mejor,

aunque en un principio

soñé con Hollywood,

pero luego me percaté

de que ahí no está el quid.

De lo que se trataba y trata y se tratará

es de ser una criatura desnuda

sobre las tablas

que constantemente

flexibiliza su forma,

y su fondo,

gracias a su entraña estrellada.

Y el payaso más chistoso de allí

me dijo:

“Estás muy pollo”.

Tenía razón…

Pero si vuelvo ahora,

cuando me diga

lo mismo

–pues sigo estándolo –

pondré mi nariz más roja

diciéndole:

“¡En efecto, pero ahora sí me quiero asar

Ja Ja Ja!”.


Nací en Puerto Leguízamo, aunque de allí me fui tan pronto nací… Por ello tal lugar es el mayor motivo de mi nostalgia, y la imagen de mi paraíso; mi último destino, aunque sea que llegue en cenizas sopladas, o mejor aún, en despojos nutritivos que alcancen a alimentar a algún árbol de allá: un sueño sería que fuera a aquel que me dio sombra al nacer.

Mi infancia y adolescencia la viví en Mariquita, y aunque suene patético, la mejor imagen de ella es la del vuelo de una mariquita.

En Bogotá morí al poco tiempo de llegar, me enfermé de mí mismo… y luego renací –Bogotá podría ser la capital de las muertes y los renacimientos–. Y al pararme de nuevo sobre el camino seguí andando sabiendo que no sé y queriendo entonces de todo conocer, por todo lado andar, y algún día morir donde nací.