Tres poemas de Christian David Mutis Giraldo
3 min de lectura
Ministros negros
Se han reunido
como suelen
los ministros negros
sobre el polvo
olisqueando podredumbres
complacidos
retorciendo
su lengua mamba negra
y sacudiendo su fósil pico
Yo paso y sigo de largo…
Todavía no me detienen
y ni haría falta
pues cuando mi instante llegue
los esperaré
servido en el asfalto
Epopeya a Elian
Se enciende
en mi habitación de adulto remiso
una lámpara de estrellas.
¿Quién la encendió? Un niño
Naturalmente no soy ya yo…
Pues yo
estoy tirado
recién despertando
de mi pesadilla.
No, el niño
no soy yo pero tiene que ver
conmigo
y no sólo lo vincula
a mí
la sangre
sino que su inclinación
al sueño
que con astros de mentiras juega,
lo emparenta conmigo
más allá de cualquier RH.
Vi estrellas
y no me estaba quedando dormido
sino despierto –curioso ¿no?–
Vi una mano inmensa y pequeña
divirtiéndose
con los planetas
cual bolas de malabares,
la vi señalando las estrellas
sin darse cuenta
destinando a malhadados
a un destino, componiendo
sus caminos
a la luz de grupales estrellas…
Extinguiendo y creando
jupiteres y plutones
con el capricho ensoñado
de un pueril
demiurgo.
Y fueron esas estrellas
planetas galaxias
meteoritos y asteroides
con sus nebulosas
que son nieblas coloridas
o confusiones de arcoíris,
las que de un extraño modo
me rescataron
de mi oscura nebulosa
sin color.
Era
Elian a través de las estrellas
Era
Elian el que danza entre estrellas
Era
Elian,
mi hermanito Elian,
brillando frente a mí como una estrella.
Era yo
añorando brillar así
Era yo
viendo a un niño en mi habitación
jugando con mi regalo de
coloridos luceros,
absorto,
mejor que yo…
Era yo,
absorto
pero sin jugar,
moviendo mis manotas
según sus manitas
con alejada gracia y tonta sonrisa.
Nostalgia del arte dramático
No se trataba de ser el mejor,
aunque en un principio
soñé con Hollywood,
pero luego me percaté
de que ahí no está el quid.
De lo que se trataba y trata y se tratará
es de ser una criatura desnuda
sobre las tablas
que constantemente
flexibiliza su forma,
y su fondo,
gracias a su entraña estrellada.
Y el payaso más chistoso de allí
me dijo:
“Estás muy pollo”.
Tenía razón…
Pero si vuelvo ahora,
cuando me diga
lo mismo
–pues sigo estándolo –
pondré mi nariz más roja
diciéndole:
“¡En efecto, pero ahora sí me quiero asar
Ja Ja Ja!”.
Nací en Puerto Leguízamo, aunque de allí me fui tan pronto nací… Por ello tal lugar es el mayor motivo de mi nostalgia, y la imagen de mi paraíso; mi último destino, aunque sea que llegue en cenizas sopladas, o mejor aún, en despojos nutritivos que alcancen a alimentar a algún árbol de allá: un sueño sería que fuera a aquel que me dio sombra al nacer.
Mi infancia y adolescencia la viví en Mariquita, y aunque suene patético, la mejor imagen de ella es la del vuelo de una mariquita.
En Bogotá morí al poco tiempo de llegar, me enfermé de mí mismo… y luego renací –Bogotá podría ser la capital de las muertes y los renacimientos–. Y al pararme de nuevo sobre el camino seguí andando sabiendo que no sé y queriendo entonces de todo conocer, por todo lado andar, y algún día morir donde nací.