La última mirada – Juan Andrés Gutiérrez
5 min de lectura
Aquella tarde embolé mis zapatos, planché mi camisa blanca, alisté con prisa el abrigo negro que mi padre me obsequió el verano pasado. Alice, se despidió con un beso, acarició mi rostro con su mano suave, llena de migajas de pan, con su mano invadida de pequeños rastros de mantequilla.
Al salir de casa encendí mi auto, sintonicé la radio estatal, un especial de música indie acompañaba mi trayecto, observé las luces citadinas, las luces y los fuegos que provenían desde las ventanas, observaba los postes de luz como faroles antiguos, ellos me arrobaban, el aire parecía condensar un vapor de esperanza. Estacioné mi auto cerca de la universidad Javeriana, a fuerza ingresé el coche en el lugar de estacionamiento; asegurando cada una de las puertas pude constatar que no había dejado mi billetera. Mis gafas en mis ojos, mi reloj en mis manos, intenté buscar mi corazón en mi pecho pero lo encontré un poco roto. No tenía pegamento, decidí entonces guardar las ruinas de mi alma en el bolsillo del pantalón junto a la libreta de notas.
Alex, levanta su cabeza, sonríe al mirarme, con un grito y una expresión efusiva me otorga una cálida recepción, creo que su expresión causa en mí una sonrisa tímida que rápidamente intento remediar con un abrazo fuerte y algunas palabras fraternales. Tomo como siempre la mesa número tres, pido alguna canción, una jarra de cerveza, tarareo Smells Like Teen Spirits de Nirvana, chasqueo los dedos, golpeo la mesa con mis manos al ritmo de la canción. Las gotas de sudor se escurren con lentitud por mi rostro, la atmósfera parece estar alterada. Trascurre extrañamente mi visión del mundo, pienso que estoy en un cuadro de Van Gogh o pienso que estoy soñando.
La noche en su apogeo y yo un poco ebrio, solitario en el bar, con la mirada fija en el televisor y en las meseras, Carolina tiene el cabello rubio y una mirada desolada, es una estudiante oriunda de la costa, cursa odontología en su sexto semestre, vive en un pequeño aparta estudio. Su madre murió de EPOC hace algunos años. Sus tardes de domingo son frías.
Julián y Juan Pablo arribaron al bar, mi primo llevaba unos tenis Converse y una camiseta negra, encima de ella lucia una camisa noventera a cuadros, Juan Pablo sonrió, me propinó un abrazo, pude notar una felicidad profunda en ambos, al observar mis primos sentía que había sido rescatado de las profundas garras de la soledad. Con un grito Julián llamó a Carolina y pidió otras dos jarras de cerveza, Juan Pablo y yo reíamos debido a las anécdotas graciosas de mi primo, reíamos. Creo que pasamos mucho tiempo festejando la vacuidad de la vida. Jugamos una ronda de cartas apostando unos pesos y unos shots de tequila, alzamos una torre de Jenga, bloque a bloque, para que en un momento fuera derribada por una risotada de Juan Pablo.
A la medianoche bajo el efecto del trago nos miramos fijamente, anestesiados, presintiendo la fatalidad de la dicha, presintiendo los dardos ocultos que guardaba la vida para nosotros, pero reímos tanto, a carcajadas absurdas y vulgares para derrotar a la luna y las confabulaciones de las estrellas. – ¿Todo bien manito? Le pregunté a Julián. Él asintió con un gesto cálido. En la mesa de al lado tres mujeres beben y charlan, no podemos escuchar bien su conversación. La vida es una oruga que, deteniéndose a devorar una hoja, ha caído lastimosamente en la red de una araña.
Ellas nos miran e intercambian palabras, risotadas, Juan Pablo arroja un puñado de palomitas de maíz sobre ellas, ellas nos arrojan unos plátanos deshidratados, entonces propiciamos una guerra de comida. Alex desde la barra alza su mano gritando extasiado como un vikingo ante nuevas tierras, con una manguera adherida a un barril nos arroja cerveza. Julián besa a Adriana, Juan Pablo acaricia el rostro de Erika, yo juego Dominó con Luna.
Son las tres de la mañana y todo parece aletargado, todo se detiene abruptamente, las risas, los gritos, la lluvia de cerveza, la comida que vuela, los besos, las caricias, los juegos. – ¿Todo bien manito? Le pregunto a Julián- Es hora de irnos primo. Todo el bar permanece en silencio, todo en un silencio sepulcral, nos miramos cada uno con una mirada definitiva, con la última mirada. En las chicas se precipitan las lágrimas. Alex se despide con una venia militar, con su mano en la frente. – ¿Todo bien manito? Me dice Juan Pablo- Es hora de irnos.
Son las tres de la mañana, abro mis ojos, he regresado, mi cama envuelta en sudor, giro mi cuerpo para el lado derecho y pienso en la vida que pudimos haber tenido. Lastimosamente a Carolina la mató la policía a sus 17 años en una marcha, Alex nunca pudo iniciar sus estudios, actualmente maneja una retroexcavadora y los fines de semana trabaja como albañil en una obra. Mi primo ingresó a una iglesia cristiana, perdió toda su juventud adorando a Jesucristo, hoy tiene crisis de ansiedad y visita asiduamente La Clínica Psiquiátrica la paz, Juan Pablo es cajero de un supermercado, es padre de tres niños, sus padres fueron asesinados por grupos armados. Adriana, Erika y Luna son unas pequeñas mariposas que vuelan junto a la montaña y nunca encarnaron, ellas corrieron la mejor suerte.
– ¿Todo bien manito?

Poeta, (Director de hoja negra) docente de artes plásticas, Licenciado en educación artística, especialista en gerencia de instituciones educativas, psicólogo en formación. gestor cultural. Autor del libro: Bilis Negra (2014) y el destierro de la vida (2018) lanzado en la feria del libro 2019, sello editorial hoja negra. Invitado al 5 festival de literatura de Bogotá y a la feria del libro 2019, director de tribus urbanas para el concurso de cuento y poesía pacifista adscrito a la marcha mundial por la paz – Nueva Zelanda (2009), ganador de la cuarta mención literaria editoriales Cean Argentina, creador del café literario en la universidad la Gran Colombia, Gestor de eventos culturales desde el 2008 en diversos escenarios como centros culturales.